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  • Writer's pictureandrea lopez

Raros y Masoquistas: Andes Azul Round

Updated: Dec 14, 2021


Fotografía: Matt Maynard

´Bloody weirdos. Weirdos and masochists.’ Yet to dismiss these people as freaks would be a mistake. (…) We run in the mountains in the same way that ordinary people play football or tennis: for pleasure and companionship – and simply because it is what we do. But we’re still committed, like the champions, to hundreds of miles of reckless mountain endeavor.


(Askwith, Richard. Feet in the Clouds: A Tale of Fell-running and Obsession)


El espíritu de Andes Azul Round, idea del “gringo/inglés loco” Matt Maynard, es el de un round (ronda, vuelta o circuito) de fell-running de su país de origen, caracterizado por la simpleza, desprovisto de comodidades y reglas innecesarias. Tienes que arreglártelas por ti mismo (pero puedes tener todo el apoyo que quieras, como pacers y crew que pueda abastecerte) para hacer todas las cumbres estipuladas, en el orden que quieras, en menos de 24 horas, empezando desde y terminando en La Ermita. La ruta específica y el sentido lo decides tú. Pero lograr el éxito, por el contrario, no es nada de simple. Requiere un trabajo previo de reconocimiento del terreno y planificación extensos e intensivos, lo que implica un grado no-tan-saludable de obsesión. Porque el desafío tiene que ser difícil, casi imposible. Porque cuando alguien lo cumpla, se moverá la aguja de lo que se puede hacer en la montaña. Por eso, Andes Azul Round, con sus 13 cumbres, “no es imposible; es futurista” (Maynard, 2019).


“Esta no es mi ruta, es de todes”, dice Matt. Pero yo creo que hay que darle crédito a los creadores, porque independientemente de que ellos sean o no los primeros en lograrla (using reverse psychology here, Matt), son los que motivan a los demás a atreverse y a no repetir las rutas de siempre. Porque las alternativas más entretenidas y aterradoras (una de las secciones fue bautizada “Caca in my pants”) están ahí, no tan lejos ni tan inaccesibles. Pero exigen motivación y voluntad. Y hacer la tarea. Acá no se trata de pagar la carrera y llegar a correr siguiendo cintas.


Y así fue como un grupo -dos ingleses, Oli y Jon; una argentina, Pato; y una chilena, quien escribe- de interesados en intentar este desafío (o reír viendo a otros intentarlo) acompañamos a Matt a subir las últimas cumbres que le quedaban por explorar de su ronda, el cerro Durazno (al que hay que subir por el Alfalfal, donde la entrada a la Central Hidroeléctrica está regulada, por lo que hay que pedir autorización previa a Bienes Nacionales o entrar con un local -opción que logramos gracias a un poco de alineación de los astros, y a que dos de los gringos ya conocían a Kari y su familia por casualidad-) y el Sargento del Quempo. Una tercera cumbre, el Capitán del Quempo, estaba sujeta a evaluación. El modo sería travesía y apareceríamos por Farellones.


Cerro El Durazno

Pato y yo estábamos asustadas y tratamos de ir en el modo más liviano o fast-packing posible (de hecho, la Pato me fue odiando todo el camino porque le dije que yo no iba a llevar pantalón delgado y ella hizo lo mismo, pero al parecer mis reservas grasas mantienen mi temperatura más elevada), debatiéndonos entre la posibilidad de sentir frío y que nos faltara comida, pero poder ir más rápido; o llevar una mochila más pesada, pero tener más comodidades. Cuando fuimos viendo las mochilas de nuestros compañeros y los objetos que iban saliendo de estas, nos dimos cuenta de que habíamos apostado mal. Los muchachos llevaban latas de porotos, una petaca con whisky, y un pan de pascua, entre otros (que solidariamente compartieron, claro).



El primer día (partimos un sábado a eso de las 6 desde Santiago en un taxi que nos dejó en el Cajón) hicimos la cumbre del Durazno, y hasta ahí todo muy amable, aunque un poco seco y sin fuentes naturales de agua, y seguimos camino hacia el Sargento, donde acamparíamos cerca de su base, ya fuera en la laguna o en la vertiente que estaba un km más adelante. Pasamos por una zona coloreada de azules, un poco de subida, y finalmente acampamos en la vertiente, tras un día de aproximadamente 20 kms. La cumbre del Sargento quedaría para el día siguiente. Es necesario mencionar que nada de esto podría haber sido logrado sin el “recce” previo de Oliver (sublíder -¿o líder?- de expedición) esa misma semana hasta el sector de los azules mencionados, pero viniendo desde Farellones, donde descubrió la existencia de esa salvadora vertiente, ya que de lo contrario tendríamos que haber llevado cantidades ingentes de agua para beber y cocinar, que habrían disminuido considerablemente el ritmo (que no era tan rápido para empezar).



Al día siguiente, el libro de cumbre en el Sargento del Quempo, a 3.800 mts, registraba 9 ascensos, el primero de ellos en 1940. Después de hacer la bajada hacia Farellones, comprendimos en parte las razones para la baja afluencia. La ruta clásica desde Valle Nevado hacia el Capitán del Quempo, que lleva al Sargento a través de un rodeo de la línea directa que los une, tiene una subida algo macabra. Existe una ruta alternativa, eso sí. Pero cuando vas con Matt, las probabilidades de seguir la ruta fácil son siempre bajas. Dos de los integrantes del grupo estaban muy comprometidos con alcanzar la cumbre del Capitán (4.156 mts), pero el desayuno con la calma y la salida a eso de las 9:30 AM lo hicieron difícil.


Vista del Plomo camino al Sargento. Al fondo, se asoma el Capitán

La cumbre ya se veía amenazante a las 13:00 hrs, con nubes de tormenta, y el ritmo no era el más rápido (yo, que ya iba siendo el queso y cayéndome a cada rato, había decidido esperarlos en la base si subían). Finalmente, primó la racionalidad y comenzamos a enfilar hacia Farellones para seguir la ruta clásica que baja por un brazo del estero del Cepo, para luego volver a subir unos 300 mts de desnivel positivo para dejarte entre Farellones y Valle Nevado.


Fotografía: Matt Maynard

Esa era una bajada del terror, que yo solo pude hacer con asistencia. Tal vez, ahora, en una segunda oportunidad, podría atreverme a intentarla sin ayuda, pero si hiciera el round, definitivamente optaría por el rodeo. Milagrosamente, también habíamos conseguido señal telefónica, a un buen samaritano y un vehículo para orquestar nuestro rescate al terminar a eso de las 9:00 PM, justo sin tener que sacar nuestros frontales.


Fue la dosis perfecta de preparación e improvisación, con responsabilidad en lo necesario (llevábamos múltiples tracks, inreach, Oli había hecho el reconocimiento previo), pero flexibilidad para lo que fuera surgiendo. Hablamos una mezcla de idiomas, pero nos entendimos perfecto, tal vez porque, en el fondo, somos ´bloody weirdos and masochists´.






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