Me siento compelida a abrir este recuento/reflexión sobre el trail running en Chile en 2020 con un fragmento de aquel inolvidable texto escolar de Rafael Echeverría, “El Búho de Minerva”:
El recorrido filosófico es, también, un esfuerzo de seducción hacia el sentido común, de invitarlo a desplazarse, a transformarse. Sin duda, la filosofía es capaz de modificar nuestro sentido común. La historia de la filosofía, sin embargo, nos demuestra que la relación inversa es la más importante. La filosofía se desarrolla porque las condiciones de existencia de los hombres presionan sobre ella y exigen su transformación. Es ésta una relación que, normalmente, los grandes filósofos no han desconocido. A ello, por ejemplo, apunta Hegel (el filósofo moderno que con mayor radicalidad cuestiona nuestro sentido común) cuando afirma que:
«Cuando la filosofía pinta el claroscuro, ya un aspecto de la vida ha envejecido y en la
penumbra no se le puede rejuvenecer, sino sólo reconocer: el Búho de Minerva inicia su vuelo al caer el crepúsculo»
Sin embargo, en períodos de crisis de sentido, la filosofía vuelve al sentido común, busca en él las condiciones de estabilidad, las garantías de validez, que, por sí misma, ella no puede proveer o tiene dificultades en hacerlo.
El 2020, la reflexión filosófica ha estado pobre, todavía en shock ante tantas crisis, y se ha recurrido, en cambio, a los clichés de sentido común que parecen darnos algo de solazo en medio de la pandemia, las restricciones de movilidad, la cesantía, etc.: “Hemos vuelto a valorar las cosas simples de la vida”; “Las relaciones virtuales no reemplazan a las reales”; “Este era el descanso que la tierra necesitaba”; y más.
En este contexto, la reflexión sobre nuestro deporte también ha cobrado las mismas formas.
Primero, porque, como lo explica Echeverría, nos falta el antecedente que puede permitirla: la vida, la acción, las carreras, los eventos deportivos varios. No se puede filosofar sobre el deporte si no hay deporte. Y la falta de sustento material para la reflexión hizo que se recurriera a estrategias formulaicas para mantener el interés del público, que nos hacen retroceder en términos de elaborar discursos más sólidos respecto al deporte.
Segundo, porque también hemos recurrido al sentido común en el ámbito deportivo: “Quédate en casa”; “El deporte es salud”; “Volveremos a encontrarnos”; alusiones a la “comunidad del trail” y a los desafíos propios o FKTs como un retorno a la pureza del deporte, etc., entre otras consignas, caracterizaron el año en las redes sociales.
Hay rasgos muy moralistas en los trail runners, ya sea que adhieran a visiones progresistas o conservadoras, y eso se reflejó en el gran debate del primer semestre, sobre si debíamos quedarnos en casa, como lo ordenaba la ley, justificado por valores como solidaridad y empatía, condenando la exhibición de privilegios de aquellos que vivían al lado del cerro; o si era racional romper la regla cuando se mantenía el espíritu del aislamiento social y condiciones de baja probabilidad de contagio en el cerro. Luego vendrían debates igual de o más álgidos por el uso de la mascarilla. Me sorprendió que para los mtbikers esos debates hubieran sido, como dice Joey, un “moo point” (“como la opinión de una vaca, no importa”. Lo siento, es mi recuento y voy a incluir las referencias high brow y low brow que quiera), y hayan seguido gozando del cerro, mientras los trail runners obedecían en silencio.
Como país, nos quedamos fuera de la discusión internacional que fue probablemente la más relevante en el trail: las demandas de mayor inclusión racial en el deporte en general y en algunos eventos en particular, como los organizados por Lazarus Lake. Curioso, cuando el grado de exclusividad socioeconómica y racial del trail en Chile da al menos como para que los influencers del trail toquen este tema. Pero Chile, así como el búho de minerva, siempre tarda en llegar a las conversaciones difíciles, aun cuando el discurso popular haya ganado en su capacidad de nombramiento y reconocimiento de derechos y privilegios desde 2018. Persiste, como marca identitaria, un cierto temor al conflicto, cruzado en nuestro micromundo, además, por el tener que responder a auspiciadores a los que, sabemos, no les gusta el conflicto.
Ha sido, en consecuencia, un año excesivamente edulcorado, como intento de confrontar una realidad que es, al menos, deprimente. Así, entrenadores, corredores y medios/influencers han buscado demostrar su capacidad de adaptación y resiliencia,
en un ejemplo más de cómo el modelo neoliberal opera en nosotros sin necesidad de fuerza. Sin darnos cuenta de que, a veces, lo que parece flexibilidad adaptativa es sometimiento acrítico, fuimos rápidamente seducidos por la pulsión de “aprovechar” la cuarentena, con entrenamiento basal de fuerza hecho por los coaches vía Zoom (hice dos semanas de insanity y lo califico como una cosa supuestamente divertida que nunca volveré a hacer), con lives en instagram de los temas más irrelevantes (culpable, los pueden ver en mi IGTV), o recetas de cocina saludable (no les recomiendo mi queque de plátano). También acá pueden ver esta bella revista hija de la cuarentena (obvio que iba a aprovechar la ocasión de venta): https://www.ontherun.cl/revista-con-altura
En lo estrictamente deportivo, el fin de año, fase 2 o no (ya la obediencia había cedido paso a la rebeldía), trajo la temporada de alta montaña (con algunas publicitadas subidas al Plomo) y algunos desafíos propios, como el del niño carbón Santiago Margozzini y sus 100 carbones en 100 días, las 12 horas en el carbón de Karina Ramírez, Raimundo Sánchez y su vuelta de 85K que incluía el Leonera, o Matt Maynard con su frustrado primer intento del desafío que desarrolló en 14 cumbres de la RM, Andes Azul Round (y René Castel piola ahí acompañando en las dos últimas). Otros siguieron tratando de bajar sus tiempos en cumbres clásicas, o hicieron rutas interesantes de fastpacking de media montaña.
Los trail runners señalan estar movidos por los retos difíciles y, desde acá, se entiende como natural que la falta de carreras traiga la aparición de estos desafíos; al menos, así han sido explicados por sus cultores, como lo mencionan Santiago o Matt en sus reportes respectivos, donde también enfatizan el sentido de comunidad que encontraron realizándolos.
Del niño carbón: “Si alguien desea intentar hacer #100Carbones, que me avise, porque seré el primero en estar ahí (…) Saber que alguien más lo intentó o lo pensó, me va a llenar tanto o más que haber sido capaz de hacer una estupidez como esta, que realmente no tenía más objetivo que ser una excusa para hacer lo que más me gusta” (Reporte en prensa, pronto a publicarse).
Confieso que leer el reporte de Matt me hizo llorar. Tal vez porque estuve involucrada desde el principio en los recces, porque estaba lista para ser pacer ese día del primer intento, o porque creo demasiado en que es en este tipo de desafíos donde se puede encontrar esa esquiva esencia del trail running: “Entusiasmarse por lo que, al final, es un gran juego con reglas arbitrarias, pero con montones de oportunidades para hacerse parte de él”; “Se trata del lugar y de las experiencias que puedes tener cuando te aventuras en las montañas escasamente exploradas y teñidas de cobre azul en las faldas de los Andes” (Pueden leer acá todo el reporte, en inglés eso sí: https://earthriseproductions.com/the-blog/andes-azul-round)
Me subiré al carro moral para hipotetizar que, en otros casos, como en la repentina motivación por participar en los 300K de LSE planeados inicialmente para diciembre de 2020, pareció haber una dosis de afanes por tener algo para mostrar en las redes sociales. Puede que se explique por que haya sido el único evento en pie, pero me produce sospecha cuando los circuitos de aventura siempre han estado ahí y los trail runners no han participado. En todo caso, no sé por qué tendremos que siempre andar estableciendo esas distinciones entre lo que es verdaderamente auténtico y lo que no, o cómo deben hacerse bien las cosas, en los deportes al aire libre. Está lleno de podcasts y blogs al respecto, que hacen que las comunidades que se dicen tan acogedoras, se vuelvan todavía más excluyentes (me alargaré con este punto en otra reflexión, porque ya me estoy arrepintiendo de haber empezado esta).
En el arte, se habla de la importancia del espacio negativo, de los insterticios y del fuera de campo. Tal vez todas estas metáforas sean útiles para pensar en que hay algo que se puede decir sobre el trail en Chile a partir de lo que no fue o no hizo en 2020, que refleja, en parte, una identidad en falta que es más permanente y que no se puede solo achacar a la pandemia.
Por ejemplo, la ausencia de discursos críticos y la baja representatividad de las mujeres en las esferas de opinión sobre el deporte, son aspectos que se hicieron más evidentes en 2020, pero que siempre han estado ahí.
En temas que podrían haber sacado algunas ronchas este año, como el de las elecciones de la FEDACHI y su insólito proceso y resultado; o el de la seguridad en alta montaña, los análisis y mea culpas no estuvieron a la altura de las circunstancias. Queda, entonces, la sensación de que, a pesar de todos los clichés motivacionales y revoluciones, no aprendimos mucho.
En cuanto al género, se percibe que un cierto tipo de empoderamiento femenino es aceptable, mientras no sacuda los cimientos del machismo que está instalado en la actividad y en los medios deportivos. Las mujeres pueden entrevistar, escribir y generar comunidades, mientras hagan y hablen “cosas de mujeres” y no cuestionen el status quo.
No pareció existir, tampoco, esa comunidad fuerte que algunos recordamos con nostalgia de los tiempos iniciáticos del trail moderno, por allá por 2010. Pero también, ¿cómo debería ser esa mentada comunidad hoy; cómo podría demostrarse su existencia o fortaleza en tiempos virtuales, de cuarentenas y toques de queda? Tal vez, la “nueva normalidad” ha condenado al trail a existir donde siempre debió quedarse: en el margen.
Si lo último que sentimos que se estaba viviendo por el 2017-2018 era un boom del trail, con carreras masivas y multiplicación de los eventos menores, el pronóstico ahora se palpa más aciago; como lo dijo Pollo Alvear cuando lo entrevisté para armar la historia del trail en Chile, los que queden serán los “de verdad” y, lo más probable, es que el crecimiento retroceda, aun cuando el Carbón y el Morro las Papas estén llenos de trekkers. Porque una cosa es una cosa; y otra cosa, otra. Y meterse al trail “de verdad” es demasiado demandante, por lo que pronostico que, al igual que tik tok, la novedad se agotará relativamente rápido (ojalá me equivoque —respecto al trail; tik tok debe morir—).
Los entrenadores, además de cambiar a modalidades online, debieron esforzarse por mantener el espíritu y cultura de sus grupos. En algunos casos, esto los fortaleció y en otros, no tanto (Pero Andrea, tú no estás en ningún grupo, ¿cómo sabes eso? Es lo que hago: saber cosas).
Los influencers recurrieron al concepto de “desafío” para mostrar que podían seguir explorando los límites (¿del aburrimiento?) en casa: maratones, 21k o triatlones indoor, ya fuera corriendo de la cocina al dormitorio, en el lugar, en trotadora o en el patio, para los pudientes. La mayoría de los corredores, en tanto, recurrió a la reconversión al ciclismo de rodillo y a Swift. A mí siempre me han gustado los juegos de video, pero no pude encontrarle la gracia a nada de esto. Admiro su capacidad para hacer más de media hora de rodillo sin perder el sentido de la vida. Como dice Csikszentmihalyi, era como si flotaran en flow, donde “la alienación da paso al involucramiento, el disfrute reemplaza al aburrimiento, la desesperanza se vuelve sensación de control, y la energía psíquica trabaja para reforzar el sentimiento de sí mismo”. En cambio, ahí estaba yo, cuestionándome quién era si no podía ir al cerro ¿Alguien más sufrió? Díganme que sí, por favor, que los vi muy obedientitos por las redes sociales.
A nivel de organizadores de carreras, también se suscitaron algunos debatillos por los temas de cancelación de carreras y devolución de la inscripción. Esas polémicas las pueden encontrar en República Trail. La verdad, informarme de esto me dio lata, así que no tengo muchas opiniones al respecto. Solo me inscribí en los postergados 300K, y después de ver mi nivel en el kayak y la bici, solo agradezco tener más tiempo para entrenar. Pero, más allá de que no pudiera haber carreras (aunque algunos del mundo de la aventura se las arreglaron para seducirnos a participar en eventos pequeños preparatorios para esos 300K —antes de que se postergaran—), sentí que podrían hecho más para mantenerse activos de alguna forma. Ya a fines de año se reactivaron algo las cosas, con el KV de LSE y el evento virtual en Valle las Trancas. Pero, si hablamos de generar comunidad en torno a la marca, lugares y eventos, creo que se puede hacer más, sin necesidad de que sea tan forzado como los posts influencer de Kilian en IG (esto nada que ver con el recuento nacional, pero quería decirlo). También hubo algunos esfuerzos de los organizadores por reconvertirse a la realización de “experiences” al aire libre, más reducidas y de alta gama, que tal vez puedan ser una línea alternativa que funcione, aunque, en mi experiencia, los trail runners locales son bien ratas y el subgrupo con disposición a pagar es pequeño.
Para terminar, pido perdón, porque esto tiene bien poco de recuento o, quizás, efectivamente no pasó mucho más que lo que menciono. Pero si hay algo que destilo de esta divagación, es que podemos quedarnos con el concepto psicoanalítico de “la falta” en tanto motor para un “hacer” que busque subsanarla. Y en el trail, queda mucho por hacer.
Comments